Moderación de Comentarios en Blogs
A raíz de lo que le paso a Kathy Sierra, la blogósfera anglófona lleva varios días conversando sobre el rol de la civilidad en los blog y de la sabiduría de moderar – o no – comentarios, y de si el anonimato tiene cabida en la blogósfera.
Como todo lo demás, esta es una decisión personal, y que depende de la escala. Para los mega-blogs – los Daily Kos de la red – que reciben literalmente cientos de comentarios por cada artículo, la moderación es simplemente impracticable, porque los autores no los leen todos. En estos casos, lo mejor que podemos esperar es una analogía al argumento que YouTube esta usando para defenderse de Viacom: al que mantiene el sito debe dársele la oportunidad de quitar el material que ofende – comentario en un caso, videos protegidos en el otro – antes de crucificarlo.
Por supuesto, esta es una ínfima minoría de los blogs. La inmensa mayoría habita la larga cola, recibiendo un número de comentarios completamente manejable. Y uno llega a la pregunta si un blog es más cercano a una plaza con una palestra o a la casa del autor. En la primera, el blog es un espacio público y el autor tiene que ser completamente permisivo. Esta corriente descansa en el concepto de YOYOW (You Own Your Own Words – Tú eres dueño de tus palabras), donde los comentarios son entendidos – en las palabras críticas de David – como pintura en el muro público, de la cuál el autor no es responsable. En la segunda concepción, los lectores visitan un blog como quién visita una casa ajena, y las reglas de las civilidad las dicta el autor.
En mi opinión, un blog está mucho más cerca de la segunda visión que la primera. En parte, porque mientras en el mundo analógico los espacios públicos son limitados – podemos decir que hay un cuello de botella para acceder al público – en el mundo digital la única barrera de acceso es pagar la cuenta de Internet. Pasar esa barrera significa no solo el derecho de lectura – sentarse en la plaza a escuchar – pero también de escritura – tiempo ilimitado en la palestra. Si no te gusta lo que se escribe o lo que se comenta, anda y construye tu propia plaza.
Dicho esto, la moderación es un poder que – parafraseando al Hombre Araña – viene acompañado de gran responsabilidad. En parte, porque en la inmensa mayoría de los casos, el tono de los comentarios sigue el tono de los artículos, y si estás recibiendo cantidades inmensas de comentarios odiosos, vale la pena preguntarse si tus artículos o respuestas a los comentarios están estimulando a los comentaristas. Y por otro lado, la vitalidad de un blog se mide no en poca medida por la cantidad y calidad de la discusión que genera.
Sin embargo, la proverbial manzana podrida es capaz de arruinar cualquier blog sin controles firmes. Un ejemplo notorio es la comunidad de comentaristas en el «blog» del diario chileno El Mercurio: valiente tiene que ser el que publica ahí, porque los comentaristas que partieron con respeto y buenas intenciones lo han convertido en un espacio que genera cero diálogo y acercamiento de posiciones, y es en vez una cacofonía que refleja la intolerancia y sordera de la política profesional.
¿Que se hace, entonces? Hay, supongo, más de un camino que conduce a Roma. En mi caso, jamás he tenido que usar la omnipotencia que viene incluida en el panel de WordPress (ni aquí ni en la república). Modero comentarios en el sentido que te tengo que aprobar la primera vez que comentas – una medida contra el spam, más que nada – pero llegado el caso, eliminaré (perdón, «moderaré») comentarios sin perder el sueño. Insultos gratuitos, comentarios sexistas o amenazantes de la naturaleza que afectaron a Kathy son análogos a los «jóvenes combatientes» que arrasaron Santiago esta semana – destructivos e inproductivos – , y los trataré como si escupieras en la alfombra de mi casa. Todo los demás – anónimos o no – son parte de un diálogo que es más que bienvenido.
Otras reflexiones sobre el tema:
Otra vuelta de tuerca sobre comentarios abiertos (David de Ugarte)