Obras Huérfanas, o la «Larga Cola» de la Cultura
En esta serie de artículos sobre los Derechos de Autor, Claudio y yo hemos estado comentando distintos aspectos sobre la relación entre las leyes que regulan el quehacer de los «creadores» y la cultura en general. Quizás las dos conclusiones más importantes que uno puede sacar de esos primeros artículos es que para ser efectivo, los Derechos de Autor tienen que ser un balance entre la necesidad de los autores de ser reconocidos (y, uno diría, ser remunerados) y por otro lado, la importancia de que las obras que generan estén disponibles para uso de todos, en forma restringida, de forma que la cultura de enriquezca.
Las protecciones que reciben los creadores, decíamos antes, son limitadas. No solo porque hay excepciones al control que un autor tiene sobre su obra, sino que además estos derechos no duran para siempre. En Chile, por ejemplo, la protección se extiende por toda la vida del autor más 70 años, o 70 años para programas computacionales creados «a contrata» [1]. En EEUU, el primer plazo solía ser 50 años, y el segundo, que era de 75 años, se aplicaba a todo trabajo a contrata (no solo a programas computacionales).
Pero en 1998, EEUU aprobó una ley llamada informalmente el «Acta de Protección del Ratón Mickey», que extendió los plazos a personas a la vida + 70 años (sin duda, para estar en armonía con Chile) y a 95 años para los autores «corporativos» (trabajos hechos a contrata). El apodo a la ley (llamada oficialmente el «Acta de Extensión de Derechos de Autor de 1998«) se debe a que Disney abogó por su creación, preocupada de que las primeras películas de Mickey iban a pasar al dominio público el 2000. El Congreso estadounidense se ocupo de solucionar ese problemita.
¿Y esto que debería importarnos? Por un lado, pensemos en esas obras de teatro que uno puede ir a ver al parque, o un concierto de una orquesta de aficionados. Uno puede ir a ver «Hamlet» o escuchar a Mozart en parte porque esas obras son parte de la herencia cultural de todos. Extensiones excesivas de los plazos de Derechos de Autor llevan a que obras que podrían enriquecer este «dominio público» no lo hagan… por generaciones. Eso limita la creación cultural porque la creatividad (de cualquier tipo) no ocurre en el vacío. Mientras más rico el dominio público, más posibilidades tenemos de tener una cultura más viva.
Ese no es el único problema, sin embargo. La cultura tiene una «Larga Cola» (la Long Tail de la que habla Anderson). Es decir, hay unos pocos que son tremendamente exitosos en el sentido comercial, y millones de otros que crean unas pocas obras de mediano o poco impacto. A medida que pasa el tiempo, muchas de esas obras pasan a ser obras huérfanas, es decir, obras cuyos autores murieron sin herederos, o donde hay dudas de quienes son los titulares.
Toda esa «Long Tail» de la cultura pasada esta en peligro de perderse hoy, por un lado porque no tenemos mecanismos para lidiar con el problema, sino también porque, empujados por tratados bilaterales como los que firmamos con EEUU, estamos creando un sistema legal mundial que tiende a responder a los intereses de las grandes empresas como Disney.
Esto sería un problema triste en cualquier época, pero lo es especialmente en la era digital. Hoy, tenemos la capacidad técnica de poner muchísimos tipos de obras (al menos todo lo escrito y la música) en medios físicos que, con cuidado, pueden preservar la obra original… ¡para siempre!
¿Se imaginan si pudiéramos tener una grabación de un concierto dirigido por Beethoven, o un discurso de Simón Bolívar? Claro, en esos casos la tecnología no existía, pero la ironía de hoy es que al mismo tiempo que estamos construyendo herramientas fantásticas para la preservación de todo el conocimiento humano, estamos cambiando las leyes de forma que sea más y más difícil preservar esas obras. Es posible que en siglos por venir nuestros descendientes miren con espanto el como malgastamos una oportunidad de oro para conservar las obras audiovisuales de comienzos de la grabación «analógica», con la triste excusa de que Disney pudiera ganar dinero con una película de 1923 del Ratón Mickey.
Sin embargo, no hay razón por la que las malas decisiones de EEUU se deban propagar a otros lares. Una propuesta de alargar los periodos de los derechos de autor en Gran Bretaña será aparentemente rechazada, y Chile ha expresado interés de ser un líder al llamar por la protección del Dominio Público. Esos son primeros buenos pasos, y esperemos que no sean los últimos.
[1] Sospecho que mi lectura de la ley Chilena no es completamente adecuada, y que otros trabajos, no solo programas, pueden caer en esta categoría.
(Imagen de «Steamboat Willie» sacada de Wikipedia)