Hasta hoy al menos, la delegación Chilena traerá de vuelta al menos una de las medallas que China mandó a fabricar con el cobre nacional, gracias al esfuerzo de Fernando González (y su aparente incapacidad para sentir si la pelota toca su raqueta). Viniendo de un país pequeño que rara vez gana medallas en los Juegos Olímpicos, es habitual escuchar variadas explicaciones sobre la calidad de los programas deportivos, el poco interés en el deporte o, si uno tiene la mala suerte de haber metido la oreja en esa corriente criolla (auto?-)racistoide, algún balbuceo sobre la calidad de «la raza».
Y no es que no existan buenas razones para tener mejores deportistas profesionales, o – mejor aún – mejorar la calidad de los programas deportivos disponibles para todos, pero nuestra aparentemente magra participación en los podios Olímpicos tiene una explicación bastante razonable, como explica Gary Becker:
El artículo «»A Tale of Two Seasons: Participation and Medal Counts at the Summer and Winter Olympic Games», publicado el 2004 en el Social Science Quarterly por el Profesor Daniel Johnson de Colorado College y un coautor examinó los determinantes de como cuantas medallas fueron ganadas por distintos países en las Olimpiadas de verano e invierno desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Su análisis de regresión muestra que dos variables muy importantes son la población total y el ingreso per cápita de distintos países. También es muy importante si un país tiene un gobierno autoritario – como por ejemplo comunista -, el clima del país, y si el país es el anfitrión de las Olimpiadas. Estas 5 variables en conjunto predicen muy cercanamente el número total de medallas ganadas por distintos países en las Olimpiadas de invierno y de verano.
Y claro, el tener más población significa que hay más oferta de buenos deportistas, y con más plata se les entrena mejor. Y ser dictadura implica, como en el caso de China, que hay pocos escrúpulos en separar a potenciales genios del deporte de sus familias y entrenarlos apenas han dejado la cuna.
Evidentemente, Chile no las lleva de ganar con esta explicación. De acuerdo a nuestra enciclopedia favorita, Chile es el país número 60 en población, y número 54 en ingreso per cápita. Súmele a eso que, pese a la nostalgia de algunos, Chile tiene un gobierno democrático y que no tenemos ni la más mínima esperanza de ser anfitriones Olímpicos (que es un gastadero de plata, en todo caso). Y aunque me da una lata increíble sacar las ecuación del artículo original que cita Becker, es probable que la única medalla Chilena, que deja al país en el rango 58 de los 205 «Comités Olímpicos» – que no son exactamente países – que participan en las Olimpiadas no nos deje mucho de que quejarnos.
Así que, compatriotas míos, a alegrarse con el resultado, y para el futuro, pensar en varias de las soluciones: la más fácil, ya se vé, es reproducirse como si no hubiera mañana, para aumentar la oferta de deportistas. La otra, un poco más difícil, es trabajar como enfermos hasta que seamos millonarios.
Y la última – personalmente, mi segunda favorita – es no joderse mucho por contar las medallas Olímpicas, y en la mejor tradición deportiva, disfrutar los juegos. Y, como dijo el sabio, que gane el mas mejol.